“Nunca olvideis lo que os hemos querido”. Con aquella dulzura que os
atrapaba, con aquella mirada ambiciosa que cada día os impulsaba. Así despidió
la directora de bachillerato a los jóvenes de segundo de bachillerato que se
graduaron el pasado jueves.
Quizá nunca
entendisteis a aquellos hombres y mujeres, profesores que durante más de una década,
con sus notas y sus palabras, han marcado vuestro día a día, vuestras salidas ,
vuestros caprichos, vuestras libertades y los paraísos que solo vivíais con
vuestros amigos.
Estar seguros
que os hemos querido. Que bajo nuestra encendida mirada de enfado cuando las
cosas salían mal, invernaba el deseo de triunfo de quien nada ganaba con vuestras
derrotas. De la misma forma que hemos disfrutado con vuestros éxitos, y que por
nuestros rostros habrá corrido rápida, como para no ser vista, una lágrima por vosotros,
un dolor por vosotros. Esa ha sido la intención de todos los que os han rodeado
en este que sigue siendo vuestro colegio.
Esa lección,
la de la sacrificada construcción de una vida, es la que hemos intentado daros
en estos años, en esta vieja casa que más que un edificio hemos intentado que
sea vuestro hogar, el hogar que alberga a quienes os hemos querido y donde hemos
intentado abrigar vuestros sueños.
Hemos querido
ser para vosotros maestros generosos que os enseñaran sobre todo a vivir, y a
ser elevados de espíritu.
Habéis
estado rodeado de paredes que rezuman el esfuerzo de hombres y mujeres que,
como los de esta congregación, os han tendido su mano, os han protegido con
celo, han alimentado vuestra alma y han exprimido vuestro corazón para hacerle
fuerte. Todos hemos luchado por vosotros, y ahora que empezáis un nuevo camino no
queremos veros partir sin que los sepáis.
Nos gustaría
que supierais que en cada día de vuestra niñez y juventud hemos volcado sobre vosotros
el furor de la pasión por vuestra vida y el estruendo de la dedicación hacia
ella. Por eso os hemos reunido en vuestra graduación, para que sepáis cuanto
nos importa vuestra vida, y en cuanta medida, ella es parte de la nuestra.
Crecisteis
enredados entre nuestros pies, ahincados en nuestros hombros, y cobijados en
todo el amor que hemos sido capaces de daros. Estos pasillos, y estas aulas han
sido testigos en estos años de nuestras confidencias, de nuestras lágrimas, de
nuestros juegos, y hasta de nuestras rencillas.
Y un día la
vida nos exigió que pusiéramos fin a todo ello, pero esperamos que seáis lo que
queríamos que fuerais, hombres y mujeres capaces de decidir en libertad su vida,
ese es nuestro premio.
Quizás no
estuvimos a vuestra altura en muchas ocasiones, quizás no hemos sabido escuchar
vuestros silencios, ni mantener callados vuestros gritos.
Pero no
podéis iros sin saber cuánto nos importa vuestra vida, y cuánto os hemos
querido.
No podéis marcharos
sin saber que hemos sido felices a vuestro lado, que vuestra historia ha
construido la nuestra, que la vida se antoja gris sin vuestras risas, sin
vuestros pasos, sin vuestras voces, sin vuestro ingenio.
Y ese es el
motivo de estas palabras, deciros con la intensidad precisa y la calidez que
merecéis, cuanto orgullo sentimos por vosotros, y en que gran medida sois la
razón de nuestra vida.
Solo un
consejo. No caigáis nunca en la ignorancia, ni en la desconfianza de quien os
demuestra cuánto amor os vierte.
Distinguir
siempre quien os dice la verdad de quien tan solo os adula.
Valorar a
quien os exige, con la intención sincera de extraer de vuestra alma las
virtudes que atesoráis, y huir de quienes en lo fácil y superfluo solo
conseguirán haceros mediocres.
Buscar en
la seriedad a quienes no os abandonarán nunca y dejar de lado a quienes entre
bromas y chanzas os dejaran yermos en cualquier socavón del camino cuando la
vida apriete. Controlar vuestro genio y vuestros impulsos pasionales, convertirlos
en fuerza servidora de vuestros ideales y compromisos.
No
malgastéis energía luchando contra quien tan solo es vuestro amigo, por más que
os moleste la verdad, y alzar la espada contra quien con argucias es injusto.
Mantener el
corazón abierto y la mente despierta, presta siempre a los demás, listas
siempre para crecer, sin más límite que el que Dios y nuestros hermanos
demanden.
Sois una
parte de nuestra memoria, aunque, en realidad, vosotros nunca os iréis de aquí.
Una pequeña
chapita de latón os recordará, cada vez que la miráis. que,junto a vuestro
corazón, laten ahora otros dos, el nuestro, y el de Dios.
A partir de
ahora, en cada instante, en cada pausa del trabajo, apartaremos las cortinas, mirando
por estos cristales la calle, pendientes de ver pasar vuestros ecos y vuestras
preocupaciones, con la mano presta en la manilla, para abrir la puerta cuantas
veces necesitéis de nuestras manos, de nuestros ojos o de nuestros hombros, para
volver a deciros, con una mirada añorante, junto a un adiós entrecortado, “Nunca
olvidéis lo que os hemos querido”.
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