domingo, 15 de marzo de 2015

La crisis llega a las urnas



Esta semana Europa ha seguido estremeciéndose. Grecia amenaza con dejar uno de los “cañones” más grandes de la historia de la humanidad. Todo lo demás es rollo. Poner en cuestión el plan de rescate de la UE y el FMI o pedir al pueblo que decida si esta dispuesto a aceptar los sacrificios que imponen los extranjeros son solo maneras de envolver algo más simple, Tsipras se siente superado por la situación, incapaz de hacer ver a su pueblo que tras tantos años de descontrol y falta de organización, Grecia deberá asumir sacrificios incontables, más todavía de los padecidos, y durante más de una generación. Solución, o tragar las propuestas de la “troika” y ante la sublevación de sus votantes, indignados con el engaño tener la disculpa para dimitir, o salirse de la zona euro (y quizá de la UE), dejar de recibir apoyo e hipotecar el futuro económico del país, pero ahorrarse el pago de casi trescientos mil millones de euros.



Sin embargo, esta historia de la ruina de los estados y el despilfarro de los políticos, que nos ha llevado, entre otras cosas, a esta situación, ya no las sabemos todos. Lo que a mi me ha invitado a reflexionar es otro tema. Ya sabemos que el pueblo es soberano y que desde el movimiento de los indignados la democracia asamblearia es una alternativa muy querida, pero ¿puede un pueblo entero tener capacidad de decisión sobre todo aquello que le afecta?. Por rara que parezca la pregunta no me parece un tema baladí. Lo que se ha planteado en Grecia es si un pueblo puede decidir, hasta el punto de eludir sus obligaciones y quitarse de en medio de sus responsabilidades, gracias a una urna.

No vamos aquí a poner ejemplos de la actitud de los griegos, que ni pagaban impuestos, ni ayudaban al sostenimiento público ni se escandalizaban porque cobrasen pensiones hasta los muertos. Algo parecido a lo que ocurre en España, donde todo el que ha podido ha chupado del estado y ha consentido gastos escandalosos.

Me ponía esta semana un amigo, a modo de ejemplo, que es como si un grupo de amigos, tras disfrutar una opípara cena en un restaurante votasen si pagaban o no.

Esa es una arista del problema. Pero hay más. Esta claro que la soberanía es nuestra, y que nuestro futuro le debemos decidir nosotros. ¿Pero podemos decidir cuando no tenemos ni formación ni información?. Un país se coloca al borde del abismo gracias, entre otras cosas, a la gestión de un grupo de personas elegidas para administrar en aras del bien común. Meten la pata, arruinan a todos y piden ahora a los demás, muchos de los cuales no tienen ni la ESO, y que no conocen el fondo de las decisiones, obligaciones y consecuencias de las decisiones del complejo panorama económico y financiero de un país que, así, a pelo, como se suele decir, decidan. Pero, ¿Decidan que?, ¿en base a que?, ¿con que repercusiones?.

Y queda un último aspecto, para mí el más sangrante. Algo tan sagrado y delicado como la democracia, lo hemos convertido en una peregrinación festiva, en una rutina, cara además, cada cuatro años (si todo va normal, o antes si estamos de mierda hasta el cuello). Una rutina en la que nos convocan como a borregos para obtener la legitimidad necesaria para que la élite política decida, con las manos libres, hasta la siguiente convocatoria. Y en medio de ese ritual, los hombres del traje se presentan cargados de sueños irrealizables, promesas sin medida y descalificaciones sin cuento para con el vecino.

A mi, que votaré por primera vez este año (varias veces), y lo haré, no me sirve de nada lo que me prometan, yo también puedo proponer, y sin embargo se que no tengo capacidad para realizar muchas ideas. Me importa que antes de votar me rindan cuentas, me digan que han hecho por mi, me expliquen porque lo diputados de mi provincia han estado desaparecidos durante cuatro años, como siervos sumisos de la disciplina de voto. Porque la protagonista soy yo, no ningún candidato.

Me ha resultado ilustrativo repasar esta semana las hemerotecas. Nadie se metió con los indignados de Sol antes de las elecciones de mayo, y no lo harán ahora. Después, llovieron palos.

Esa no es la democracia por la que murieron miles de hombres y mujeres en Europa, la que construyeron los griegos. Que ironía.


Imagen AFP/ElPaís

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