domingo, 22 de febrero de 2009

La muerte tenia un precio


Como en los desasosegantes filmes de Leone, la muerte sigue teniendo un precio. El último ejemplo de la ley del dinero es Jane Goody. Un ejemplo de mujer inculta, raquera y pobre, que ha conmocionado a una Inglaterra que, primero la odió, y la pagó por ello, y ahora se emociona con su muerte.
Y claro hace lo propio. Llamarla inculta, raquera y pobre no es en este caso un insulto a ella. A parte de la constatación de un hecho, es una calificación, creo que acertada, de la sociedad que la engendró. Porque, y no voy a ponerme a hora rousoniana, todos somos buenos por naturaleza. Yo no creo en el pérfido destino, ni en la sanguinolenta predestinación puritana. Yo creo que Dios nos ha soltado iguales en este mundo, pero que no se ha percatado que a la vez ha dejado mucho hijo puta suelto en ministerios, inmobiliarias y televisiones. Estos días Londres aparece decorado en sus paredes urbanas con lo último de Bansky, el grafitero sin rostro. Un cráneo rapado de una joven, con una libra esterlina tatuado en la frente, la leyenda “Esto es Inglaterra” y, lo más acertado, una banda de buitres sobre la escena. Es un retrato perfecto de Jade Goody. Goody se hizo famosa cuando tras entrar, por meritos propios, en la casa de Big Brother, desplegó todo su talento insultando, vejando y enseñando un impagable muestrario del primitivismo humano. Hasta echarla del concurso por xenofobia contra otra concursante, otra joyita, fue un acto de cinismo. Y lo fue porque tras ello, la niña lucio palmito por todas las televisiones, lo típico. La gente ha pagado y gastado tiempo en escuchar las memeces de la diva, empeñada en soltar carnaza y empatar con el personal, porque eso daba dinero. Tras forrase con su vida y, más importante para ella aun, ganar reconocimiento, la chica descubre que tiene cáncer, que se va a morir, y que esa perogrullada tiene fecha conocida. Vuelta a empezar. Ella y los demás.
Ya ni siquiera es cosa de discutir donde están los limites de los medios de comunicación, que se han convertido en los nuevos circos de gladiadores de nuestro tiempo, y es que la humanidad no escarmienta, sino de discutir sobre la pervivencia de las escuelas de esos gladiadores, de las granjas colectivas en los que se crían, en los viveros de una humanidad “inferior”, alimentada como los replicantes de Ridley Scout, para mayor solaz de los “superiores”.
Que una madre diga sin sonrojo que vende su dignidad y transmite su muerte en directo, como mero entretenimiento (ósea, que alguien se entretenga con eso), y la gente y el gobierno solo pregunten que a que hora, es un motivo más que suficiente para dejar de creer en la humanidad. Es más, cabria preguntarse porque una madre debe recurrir a ese medio de financiación. Posiblemente porque, mentalidad e incultura a parte, es consciente que tras su muerte nadie, ni el estado, se harán cargo de los chavales, con lo que estos entraran directamente en ese carreron de pobreza, drogas y miseria cultural en el que la madre es líder destacada. Esos son los viveros de nuestros gladiadores. Barrios poblados de seres humanos a medio hacer, si es que alguno estamos hecho entero. Solo hay que echar un vistazo al expediente del asesino de Marta del Castillo y toda su banda, o al miserable que mato a Mari Luz o a la familia de Goody, para percatarnos que detrás de esa frase tan horrenda de la humanidad a medio hacer esta la sospecha de una certidumbre. Gente sin esperanza, sin formación, sin dignidad, criada en carpe diem, por que el futuro fue borrado hace tiempo. Gentes que anhelan un minuto de gloria televisiva ya no solo por dinero, sino reivindicar que existen.
Somos útiles porque consumimos, trabajamos y votamos dócilmente, y luego nos entretenemos mirando en las miserias de los demás, no se si por degradación moral, o por aquello tan consolador de decir “Uff, yo al menos no he caído tan bajo, así que ojito, que todo puede ser peor”.
Y al final ese conformismo se traduce en miedo, en miedo a empeorar, así que no nos molestamos en mejorar, ni en meternos en líos, ni ayudar a nadie, no sea que eso traiga problemas.
Si alguien se pega en la calle, no miramos, si alguien come de la basura, no miramos, si un crío destroza una papelera no miramos, si una chica vomita en la calle presa del alcohol, no miramos. Si Goody nos muestra lo bajo que ha caído, si. Lo hace a distancia, tras un televisor, no hay riesgo, nos podemos reír a gusto. Es otra forma de droga o de prostitución, como tantas legal.
Hemos llegado a tal insensibilidad, y a tal nivel de frialdad, que pagamos a Manos Unidas para que no nos den la lata moral, nos parece de cine que los de las ONG se vayan a la Cochinchina o el gobierno construya albergues. Pero cuando vemos a Modesta, escarbar con su gancho en la basura de la Plaza de la Esperanza, para sacar un repollo que un idiota ha tirado a la basura, por que tenía dos hojas negras, miramos para otro lado, y cuando alguien tira miles de kilos de sardinas a la basura, miramos al cielo. No se si buscando a Goody, o a un repetidor de televisión, que empieza Gran Hermano.

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