sábado, 18 de septiembre de 2010

Mujeres lapidadas, tambien en Euzkadi

Entrada la mañana, pero aun temprano, no son muchas las personas que caminan por Lazkao, son esas horas, las desiertas, las que aprovecha Oihane en sus asuntos. Camina como una sombra entre calles, aprovisiona su casa, toma aire, y vuelve al refugio. Las tardes de calor de septiembre, sus conciudadanos pasean bajo la arboleda, o chiquitean entre calles. Los domingos son en la mañana para los amigos, las tardes para la familia. Para ella, los días son para nadie. Mendiko, su marido, murió hace seis años.
Dos agresiones en la calle, su coche quemado, el despido de un amo miedoso y una ristra de insultos públicos le despacharon para el otro barrio sin más compasión. El cura, aunque renuente, fue su última compañía junto a sus dos hijos, que aquella tarde tras despedir al aitá la dijeron que con uno basta, y se fueron. Oihane debería haberse ido, pero no supo como. Ni siquiera fue un acto de rebeldía, ni de heroísmo. Simplemente el aturdimiento la dejó en Lazkao. Lleva seis años lapidada con palabras cada vez que sale a la calle, humillada y despreciada después de que la han desgarrado la vida. Y es que su delito era grave, era la mujer de un socialista. Hoy sigue en medio de la niebla. Madruga, compra el pan y comida en un ultramarinos lejano, y se encierra en casa, antes de que la ciudad despierte del todo y la descubra, entablilla la casa entre persianas, y espera la hora de seguir a Mendiko.
Ella no es una victima del terrorismo, ni su marido tampoco. Este murió de enfermedad coronaria, nada glorioso y si muy alejado de la política. Pero todos sabemos que su muerte fue el resultado de una lapidación pública y cotidiana que agotó su vida, y ahora la de Oihana.
Es otra parte de la realidad cotidiana del País Vasco. Una vergüenza nacional, sin rostro ni portada de periódico, que no siempre se recuerda en los famosos programas de normalización a que tanto nos acostumbra el poder.
Un ejemplo de esas buenas intenciones es la iniciativa del departamento educativo que dirige Isabel Celaá. Para este año, el Plan de Convivencia Democrática intentará llevar a los colegios vascos esta realidad y otras similares, para conseguir una nueva generación de vascos, menos presa del odio que las que hemos sufrido.
En Plan intenta rescatar las ruinas del Antiguo Plan de Educación para la Paz, que los gobiernos nacionalistas idearon con igual fin, y que San Ibarretxe se encargo que solo llegará a tres centenares de niños, y de refilón, en seis colegios y solo un rato. Aun así, en ninguno de esos colegios se mentó nunca el sufrimiento gratuito de Oihane, ni de tantos otros. Hoy sin embargo, el departamento de educación inserta el nuevo plan en una signatura reglada, educación para la ciudadanía, y se plantea el horizonte de llegar al alma de 18.000 escolares de secundaria, mediante una actividad obligatoria, continua y evaluable, que busca inculcar valores que nos permitan romper los apoyos a los grupos violentos de todo signo, y con ello deslegitimar la violencia. Y todo ello desde el primer día de octubre y de forma generalizada, sin experiencias, ni planes pilotos.

Lo que más me ha llamado la atención no han sido las buenas y tradicionales buenas intenciones, propias de postal navideña, ni la abundante y cara panoplia de folletos, cedés y carpetas que, ineludiblemente, acompañarán al plan, sino el papel decidido que ha tomado en el tema Maixabel Lasa, la directora de Victimas del Gobierno Vasco (que cargo más triste), dispuesta a que en las clases los niños vean cara a cara, y escuchen de su voz, la lastimera historia de los protagonistas, las victimas., en un intento de que el tema no se quede en una generalización sobre la paz. Esto es el País Vasco, aquí la muerte es muy concreta, y el dolor tiene rostro y cicatriz.
Las dudas son como siempre muchas. El absentismo y la desidia funcionarial en los seminarios pensados para formar a los docentes y equipos directivos que deberán llevar el plan a las aulas es preocupante. La formulación de las unidades didácticas que se emplearan (el nuevo “Bakerako Urratsak”) dudosa, y la actitud social, una incógnita.
Suponiendo, que es mucho suponer, que el plan se ejecute de verdad en todos los colegios, y ningún profesor radical haga objeción de conciencia, habremos de ver como lo encajan adolescentes de algunos pueblos y ciudades donde el clima de convivencia sigue siendo inexistente, o como reaccionará un adolescente adoctrinado cuando oiga que el héroe de su padre, ese que hace molotovs a destajo es tachado por una victima de “equivocado”. Celaá ha prometido constancia. Asesores, inspectores, código de buenas prácticas, listados de centros díscolos ... Una vigilancia, esa es la intención, exhaustiva del seguimiento del plan.
No soy escéptica, ni lo critico, es más, lo considero una iniciativa necesaria y plausible, pero teniendo en cuenta el poco éxito de los programas de tutoría sobre consumo de drogas y tabaco, y teniendo en cuenta que esta de la violencia es una adicción más arraigada, es lógico que tenga mis dudas.
Ya se que no es correcto hacer comparaciones, pero me emociona esa iniciativa espontánea de tanta gente de buena fe, en todo el mundo por salvar la vida de la iraní Sakineh Ashtiani, condenada a lapidación en su país por un supuesto adulterio. Me emociona ver como tanta gente se moviliza para salvar a una mujer de la lapidación de unos bárbaros. Me apena ver como tanta gente calla ante la lapidación de Oihane, de tantas oihanes, de tantos mendikos, lapidados hasta morir por otros bárbaros, los que matan, los que consienten, los que callan y los que son educados en el odio.

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