lunes, 27 de marzo de 2017

Si te pillo, te mato



Decía mi profesor de filosofía en el instituto, que el hombre solo despliega su nombre, y perfuma el aire con su alma, cuando respira en sociedad.
Pero, que fácil es ahogarse en tales circunstancias. Dejando al margen la afilada arista política del asunto, el caso del espionaje múltiple, incierto y confuso que vivió hace 9 años la Comunidad de Madrid y cuya investigación quieren reabrir ahora algunos partidos, nos muestra un lado más perverso y desasosegante de las relaciones humanas.

¿Por qué alguien busca averiguar de otro aquello que solo puede alcanzar mediante un ardid?.
Para destruir a quien ya no posee nuestra confianza.

Al margen de las palabras míticas de Adenauer, que clasificaba la oposición en contrarios, enemigos y compañeros de partido, a menudo se nos olvida que los políticos no son gestores, no son meros administradores. De ahí lo denostado de los gobiernos tecnócratas. Son, o así querían los griegos que fuesen, líderes, en lo vital y en lo moral.
No es lo malo que un partido que gobierna un territorio no se fíe de sus propios miembros, y por eso les espía, de lo que se deduce que la labor de equipo no existe y que entre sus prioridades de esfuerzo y tiempo no esta el ciudadano si no el poder, lo malo, lo perverso del asunto es que quien decide nuestra vida (que estudiamos, como podemos obtener una beca, culminar un viaje en avión, protegernos de un incendio o una enfermedad o cuanto nos costará abrir un negocio) considera correcto buscar con nuestro dinero las debilidades del contrario para destruirle, en lugar de aprovechar las ideas del otro para, juntos, mejorar nuestra vida.

Y eso dicen que pasó en Madrid, ocurrió en las elecciones americanas y está pasando en cuanto lugares existan.
Con todo ello, la idea que se transmite desde el poder es la primacía de la violencia y la destrucción del adversario, en lugar de buscar sinergias entre todos.
No hace mucho, tras visitar la Albericia, recalé a oír misa en su parroquia, un sitio peculiar donde no esperaba encontrar una iglesia llena de parroquianos mayores de aspecto tradicional, frente a los que se yergue algo parecido a un tele predicador.
Un buen tipo. Claro, contundente, pero muy americano en las formas. La verdad es que menos el coro de godspell, parece salido de una escena de “Sister act”. Pero aquel día dio en el clavo.
Me abrió los ojos sobre mi escrito.”Hay dos tipos de autoridad”, espeto en la homilía. “La que emana de la fuerza, y la que emana de la moral, el ejemplo de justicia y la coherencia de nuestros actos”. Estuve por grabarle y mandarle el podcast a Espe y al gobierno catalán.

Hace unos días una mujer sufrió un intento de agresión en plena vía pública. Cuando la mujer se daba por muerta dos hombres intervinieron salvándola del agresor. La segunda parte es imaginable. Se les propone en una medalla, salen en todos los medios habidos y por haber y se les encumbra a la categoría de ejemplo ciudadano. Hasta que … el gran ojo que todo lo ve descubre que Wilson, uno de los supuestos salvadores, tiene antecedentes por maltrato. Rápidamente, los medios, y hasta el propio gobierno catalán escudriñan hasta la última esquina para sacar a la luz toda la porquería de este hombre. De nada vale su acción, su gesto.
De nada sirve que pueda ahora redimir su culpa pasada. Ese estigma es ya imborrable, y de nuevo la información sirve para destruir, en lugar de para formar.

Y es que en una país donde morir a manos de un hombre se ha convertido en un hábito que lleva incluso a que exista una sección fija de violencia contra la mujer, hemos perdido una buena oportunidad de loar la redención de un hombre, de mostrar su viaje hacia el otro lado de la vida, ese claro y lleno de luz, donde en sociedad descubrimos que vivimos mejor, que destruyendo al enemigo. Ahora se dice que los maltratadores nunca cambian, que quien es violento lo es para siempre. Así que debemos concluir que la reinserción no existe, que la justicia solo sirve para castigar, nunca para enmendar, y que los espías tienen razón. Al que no podamos controlar, es preciso destruirle, buscar su punto débil y sembrar su final.

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