lunes, 7 de marzo de 2011

Perdidos y desorientados

Tiempo ha que vivía cerca de Villabona, en Cizurkil, Maider Ansuabarrena, en una pequeña casa cercana a la imponente iglesia de San Millán. Tan imponente, que su inmenso tejado, rara vez impedía ver el cielo en medio de la liturgia. Jon, el marido de Maider, trabajaba en la papelera de Oria, criaba ganado, y aun le sobraba tiempo para dedicarse a arreglos de obra como albañil. Su pericia hacia que el consistorio, y más aun el cura párroco, don Ginés, le encargarán reparaciones y retejos.
Habilidoso en el dibujo, Jon preparaba cada invierno, con mimo, los arreglos a los que se dedicaría con fruición en verano, para dejar su iglesia lista y defendida, ante el ataque del granizo. Le conocí de viejo, y aun entonces, encaramado a su bastón, oteaba el calendario, para predecir necesidades y hacer acopio de recursos. Hasta su muerte, a las crías que recorríamos las calles de Cizurkil, siempre nos dedicaba un piropo, una caricia en forma de mirada y un consejo de guipuzcoano veterano, “de un doce cañones”, como él decía. “Repasa bien el tejado, que en invierno no se sube, o quebrarás la teja”.
Tenía que escribir hoy sobre los planes energéticos de España, y me ha venido a la mente las palabras de Jon, ahora que estamos en pleno invierno, y el tejado precisa arreglos.
Anteayer veía incrédula por el canal internacional la comparecencia del ministro de industria español Miguel Sebastian. Azarado, nervioso y deambulando entre papeles, buscando datos que no sabia, no recordaba, o le daba apuro contar, de tan increíbles y manipulados como resultaban.
“Somos un país con gran dependencia energética”, espeto en varias ocasiones, como otros miembros del gobierno habían hecho primero, en esas letanías que en los gobiernos todos deben aprender cuando pintan bastos. Y es cierto, somos dependientes de la energía. Y del cobre, y de los chips de ordenador, y del azúcar, y del cacao y de los repuestos industriales y hasta de las pilas de botón. Eso resulta obvio y razonable, y cualquier estudiante de economía lo sabría razonar con vigor. Las economías modernas están especializadas y son dependientes de los mercados en amplios sectores. Hecho intrascendente si con esos recursos que obtenemos del exterior somos capaces de generar productos y servicios con un mayor valor añadido. Pero no es el caso. Luego el problema no es la dependencia energética, sino nuestra baja competitividad. Asociada a decenas de factores, entre ellos el escaso desarrollo tecnológico, la dependencia de sectores como la construcción, el turismo o la agricultura, y los costes sociales de tener mano sobre mano a millones de españoles, algunos con eres de ciencia ficción. ¿Ahorrar medio litro de gasolina va a solucionar eso?.
Y el problema no es de ahora, aunque ahora nos asustemos por los sucesos en África del Norte. Que tampoco es el problema. Depender energéticamente de otros países no es un drama, y pocos estados evitan esa carga. El problema es no depender según las reglas del mercado, sino hacerlo del abastecimiento de países dictatoriales que mantienen un oligopolio ajeno a toda lógica económica. Países absurdos, como ahora denuncian sus ciudadanos que han convertido su energía en un capricho, un medio de enriquecimiento de una casta y en una herramienta política. Y todo eso con el necesario concurso de Occidente. Ese es nuestro problema, a la fragilidad de un mercado internacional, que no es tal.
Horas antes, el súper ministro Pérez Rubalcaba había soltado otra perla. En comparecencia pública para explicar los nuevos (subrayo nuevos) planes gubernamentales, el vicepresidente había expuesto que la medida de recortar la velocidad en autovías era necesaria para ahorrar y, además, permitiría reducir las emisiones contaminantes y ahorraría vidas en accidentes, para acto seguido indicar que la medida era transitoria y solo se aplicaría cuatro meses (prorrogables, como el estado de excepción, que a estos lo de medidas extraordinarias por cuatro meses les subyuga). ¿Que pasa, que dentro de cuatro meses ya da igual quien se muera o que se contamine?. ¿Emisiones de CO2 y victimas de carreteras son proporcionales al precio de la gasolina?.
Repasando hemerotecas he comprobado que Sebastian ya abordó en 2008 un plan de medidas de emergencia energética como el actual, compuesto de más de ochenta medidas, de las cuales apenas, tras presentarse a bombo y platillo, se han puesto en práctica la mitad. Algo parecido a la ley de economía sostenible, que tras abarcar cuestiones tan variadas como los itinerarios de secundaria o la recompra de coches a los concesionarios, poca vida tiene.
Unos argumentan que el gobierno demuestra agilidad para hacer frente a la situación actual, otros que son medidas erráticas y sin horizonte. Ninguno de los dos han dado muestras de la madurez suficiente para aunar sus esfuerzos en la construcción de una economía sostenible y social a veinte, treinta o cuarenta años vista. Ninguno.

Estos días se ha sabido que algunas ciudades españolas, Gasteiz por ejemplo, llevan tiempo desarrollando programas de eficiencia energética. Pero eso no responde a un plan, solo son iniciativas individuales.
Iniciativas que se desarrollan, como la limitación de velocidad en autopistas, en un país donde, según el RACE, el 50% de los desplazamientos en automóvil son urbanos y de menos de 3 kilómetros. En un país donde el 25% del derroche energético no es por los automóviles o sus ruedas, como nos dicen ahora, sino por el mal aislamiento y gestión de los hogares (esos que nunca han tenido un plan renove), y en un país donde ahora resulta que parte de la comunidad científica afirma que las bombillas de bajo consumo afectan al sistema nervioso.

Estos días, la empresa de ingeniería Systra, a petición de la Unión Internacional de Ferrocarriles, ha estimado en más de treinta y cinco años, los necesarios para recuperar con su ahorro, los costes energéticos de construir nuestras líneas de AVE. La razón es sencilla, los trenes de alta velocidad son eléctricos, con lo que ahorraremos emisiones y gasto de petróleo en transportes alternativos (automóvil o avión), pero es que España tiene una de las tasas más altas de Europa en generación de electricidad vía quema de petróleo o carbón, con lo que el petróleo que ahorramos en los coches lo gastamos en las centrales, y así el ahorro es bajo, es lento. Algo parecido ocurre con la construcción salvaje de aeropuertos, la extensión de líneas áreas low cost subvencionadas por los gobiernos regionales, la paralización de la producción nuclear o el cese de las subvenciones e investigaciones en renovables. Y sobre todo eso no se actúa. Y eso es un plan.
Ya sabemos que ahorra energía es preciso, que es positivo. Pero no es la base de las actuaciones de un gobierno, no es un plan sostenible en el tiempo, porque, ineludiblemente, el crecimiento de la actividad económica y de nuestra sociedad del bienestar lleva aparejado el crecimiento del consumo de energía. Un crecimiento razonable y eficiente, por supuesto, pero basado en nuestra capacidad para generar energía a precios razonables, y a costes medio ambientales bajos. Y eso no existe, o no esta claro, o no esta coordinado o no esta pensado, midiendo consecuencias y necesidades futuras.
Pasa en otros ámbitos de la vida española. El terreno que hoy es edificable, mañana es dominio público o de costa, con lo que nunca sabes si tu casa será tuya mañana. Hoy haces FP para así acceder a la universidad tras una formación previa, pero mañana te piden que hagas selectividad. Hoy te ayudan a cambiar los neumáticos de tu coche, pero mañana igual cambian el asfalto, para que tenga menos rozamiento, o prohíben los neumáticos actuales por otros hechos con soja.
Y ahí radica nuestro problema como país, en la inseguridad, en el cambio continuo de criterio, en la falta de continuidad, en no haber diagnosticado nuestras necesidades y objetivos, en no tener un plan.

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