lunes, 8 de noviembre de 2010

Un Papa entre la niebla



Que ambigua es la vida, que distinto es el mundo, según se mire el suelo, o el aire. Por ejemplo, en esta foto, ¿hacia donde va el aire?. Alguien que lo mire desde la derecha podría pensar que es un aire purificador, redentor, que oculta y difumina la imagen de una jerarquía, muy maltrecha por sus escándalos, por sus acciones, y por sus silencios, que es aún peor que lo primero. Un aire tiznado de incienso para limpiar, para sanar. Un Papa, por tanto, que ha elegido Barcelona para seguir con su plan renove, al menos en lo que a imagen y propósito de enmienda se refiere.


Claro que también se puede ver desde la izquierda, como un aire turbio y enrarecido. Pastoso y ahogaticio que desde aquellos que debían secundar al Santo Padre en el mensaje de Dios, irradiando el espíritu del padre y la salvación, apagan su aura, esconden su luz y encierran en neblina una misión eterna que, ahora más que nunca, amenaza con caducar.
Que ambigua es la vida, y aun más sus mensajes. Esta claro, más o menos, que la educación gubernamental es la que predicaba Almodovar en su laicista película fallida, esto es, mala. Por mucho que Montilla u otros adláteres busquen justificar las faltas de asistencia de Rodríguez a ciertos actos, la cosa no tiene mucha explicación. Puede entenderse que le entraran las prisas, justo ese, que cuan largo es el año, por visitar a los guerreros afganos, o que no le vaya el rollo de la misa. Pero son jefes de estado, uno y otro, y la cortesía debe mantenerse como forma de relación, más allá de los deseos o manías personales, máxime cuando el jefe de estado invitado posee un simbolismo y una autoridad para miles de tus ciudadanos, de tus votantes.
Es entendible que estamos en campaña, los políticos siempre lo están, y que Rodríguez solo podrá romper los pronósticos si la providencia le soluciona el problema económico (jo, pues vaya ocasión perdida) y si sus guiños a la izquierda (el ministro Valeriano incluido) le devuelven su corona de campeón progresista. Pero como la vida es ambigua, para Montilla el Papa es una buena foto de cara a atraer a la clase media catalana, y para Rodríguez la falta de foto, un desprecio medido y pesado, vendible entre ciertos sectores.
Con todo, las lecturas políticas, los desplantes y las afrentan son solo espectáculos secundarios. Centrar todo el análisis de lo ocurrido este fin de semana en torno al Papa es tan simplista como dedicar un informe semanal a la arquitectura modernista (que hay que tenerlos cuadrados) en lugar de al sentido de la visita.
Quizá yo lo vea de forma aun más simplista, pero desde luego pretendo verlo de forma menos maniquea. Y es que creo que estamos empezando a caer en el juego torticero de una clase política muy limitada en lo moral, en lo técnico y en lo político, empeñada en volcarnos en un juego de enfrentamientos, simplificaciones y prejuicios, y de esa dinámica, no se salva ni el Papa. Como decía Duran i Lleida esta semana, el mensaje del Papa ha sido en España complejo, y por tanto interpretable, pero las evidencias claras.
Es cierto que ha movido multitudes, pero no tantas como antaño, por no mover no lo ha hecho ni con los antisistema de Barcelona que, aunque es cierto que el despliegue policial fue propio de la Guerra Fría, se contentaron con un ejercicio festivo que más evidenciaba su desprecio que su preocupación por el mensaje papal. Esa es una lección. La presencia de la iglesia en nuestras vidas merma, su ejemplo languidece y su carácter se ha quedado enquistado en lo recóndito de la solidaridad, como cualquier ONG. La gente valora su labor social, su acción a favor de los pobres o su valor en los lugares más deprimidos del planeta. Pero es más una valoración humana que trascendente, más individual o de la labor de grupos concretos, que de una institución universal. Los escándalos de los últimos años han hecho mucho. Pero no es esa la raíz del problema. La iglesia ha hecho poco y ha callado mucho, se ha acomodado, ha confraternizado con el poder, siendo en su origen tan revolucionaria y ha cortado las alas a muchos grupos innovadores, a parroquias obreras y grupos de base, mientras se regocijaba con el ascenso de poderosos colectivos basados en la mística y el simbolismo vacío, grupos que, en algún caso, era evidente que estaban corrompidos hasta la medula, caso de los legionarios. Ahí, y en la falta de capacidad para hacer frente a los retos de la nueva sociedad esta su fracaso. Nadie pretende que la doctrina cambie, pero el mensaje de Jesús no puede contextualizarse en la Palestina de Tiberio, debe extrapolarse a los retos de hoy, que no son los mismos que los de los saduceos y los macabeos. Y ahí ha fracasado, y muy especialmente Ratzinger, cuando no era Benedicto.
Pero fuera de eso, tampoco es lógico negarla el pan y la sal. Benedicto ha dicho en Barcelona lo que muchos no quieren oír, pero los que otros demandaban. La Iglesia es como es, y sus ideas son esas. Lo que no se puede esperar es en el utilitarismo de la iglesia. No me gusta, no la quiero, pero deseo que cuando hable diga lo que me interese. Pues mire usted, si piensa eso es un cínico.
Claro que todo en la vida es ambiguo, y se puede ver, dependiendo de por donde sople el aire.

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