domingo, 24 de octubre de 2010

Miki, Nacho y Don Vicente



Bien mirado, que distintas son las personas, que distintos efectos promueve cada ser humano en la sociedad en la que vive. Y a menudo de forma independiente a lo que se les requiere.
Leia esta semana en un diario de tirada nacional una frase memorable “A los mejores, una vez que han alcanzado la cima del mundo, se les acostumbra a medir por los detalles”. Lo de la cima del mundo no deja de ser una metáfora, relativa conforme sea quien miramos. Para Alonso la cima es ser campeón del mundo. Para Rubalcaba sentarse en la Moncloa, pero de presidente, para mi, en este momento, ser delegado de facultad. Para Miguel Ángel Revilla y Nacho Diego actuar de manera madura y de acuerdo a los intereses de los ciudadanos, de manera que resalte su trabajo, y permanezca en penumbra su figura.


Esta semana Cantabria se hizo un hueco en los medios por un triste incidente en el que un presidente de comunidad autónoma, que fuma en público (o sea, en un país que lucha legalmente contra el tabaco para así vencer al cáncer, el máximo representante del estado en la región, fuma, y en público), deja las colillas y los puros chupaos a la mitad, en el alfeizar de las ventanas del parlamento, o del edificio que tercie. Por su parte, el jefe de la oposición, detectado el hecho, tira a hurtadillas la colilla y la pisotea en un acto de rabia y desprecio (que bien podía haberla tirado a la papelera o avisar a los de limpieza.
No contentos, el primero insta a su grupo político a hacer una pregunta parlamentaria capciosa sobre el tema (todo un mérito en un partido que en una legislatura apenas se ha estrenado en esto de tomar iniciativas parlamentarias), por vía urgente, porque nada hay más urgente que el puro de Revilla en esta región. El autor del atentado puril (¿ o es pueril?, no se) confiesa, dado que las cámaras del parlamento le han descubierto, y en un acto de hombría, escuda su gesto en los vicios del presidente del gobierno.
Ambos, en la cima de la política, son bien medibles por sus detalles, por sus prioridades políticas, por la actitud despreciativa, hacia las normas y hacia sus rivales que blanden.
Casualidades de la vida, esta semana, el presidente de Cantabria, cuya vida es inimaginable sin los medios, los fotógrafos y la presencia de celebridades, participó en la entrega de los Premios Príncipe de Asturias, como parte de los que los conceden.
Allí, entre chascarrillos, bromitas y espectáculo, desplegó sus encantos, mientras las figuras majestuosas de Malouf, de Serra, de Myriam García Abrisqueta o de D. Vicente se erguían en los salones del Campoamor o del Reconquista.
Y es que Don Vicente es otra cosa. Nunca sabes, al verle, con su sonrisa burlona y su andar huidizo, si es el campeón del mundo o un simple civil que deambula buscando la salida. El esta en la cima y sus detalles hablan por él. El viernes, agraviado como había sido por Luis aragonés en el pasado mundial, por la federación, en las conversaciones que precedieron a su contrato, y por los entrenadores de los grandes que le negaban a sus jugadores para aquel acto efímero, pero glorioso, estuvo magnifico. Y lo estuvo porque supo, como ha sabido siempre, cual es su sitio, secundario a los fines que se le encomienda. Supo cual es la via, la de alentar el perdón y el olvido de lo banal, porque lo contrario lo arrasa todo e impide la labor de un equipo. Supo que su labor no es el fútbol, como el muy bien dijo, si no la sociedad en la que vive. Una sociedad en la que debe proteger un tesoro, el de sus jóvenes, ejerciendo un liderazgo de generosidad, de ambición, de responsabilidad, de entrega a los demás, más allá de intereses propios.
Lo dijo él, y es bien aplicable este pensamiento a los políticos “"Somos beneficiarios de un estatus, de unos privilegios y de unas responsabilidades que no podemos ignorar. Y por tanto debemos, desde esa posición de privilegio, abanderar las virtudes y los valores que, más allá de los éxitos puntuales, tienen carácter imperecedero y perfil determinante”.
Él es de los que saben que cuando se juega, se juega en grupo, sin reparar tanto en desafectos pasajeros, ni en apuntes de calendario, ni en colillas o basuras que solo nos distraen de los objetivos verdaderos. Y se juega sabiendo que debemos coger algo bueno de todos.
Desde estas líneas me gustaría darle por todo eso, y no por su copa del mundo, las gracias a Don Vicente, eso que llámanos un maestro. Un tipo de hombre escaso.
Y es que, bien mirado, que distintas son las personas, que distintos efectos promueve cada ser humano en la sociedad en la que vive. Y a menudo de forma independiente a lo que se les requiere.

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