lunes, 11 de octubre de 2010

Carol, la mujer espiral



“Algunos hacen viajes a lo largo de las carreteras. Otros hacen el camino también”. Quien conozca a Carolina Ruiz Marcos la habrá oído esa frase, aunque esté con los labios prietos, solo en el candor de sus ojos.

Hay gente especial, gente decisiva en nuestras vidas, bien porque construye catedrales, sana cuerpos o mentes, descubre estrellas y Atlántidas o hace teatro. Este último, uno de los oficios más nobles de un ser humano, es el de Carol. El de ella y el de ese conjunto de magos del gesto la palabra y el alma que se hacen llamar Espiral.
Hace tiempo que Carolina, cántabra, periodista y escritora descubrió la felicidad lejos de despachos y medios, escrutando debajo de la piel, y viviendo con el contacto de otras vidas, siempre en primera persona del plural. Un viaje al infinito de los sentimientos en el que ha estado acompañada en estos años por Marta Gómara, arqueóloga y educadora, el lado práctico del proyecto. Por Puy Segurado, una actriz de clase. Por Roberto Cagigal, la mano de Espiral, desde su puesto de restaurador y tallerista. Y Chris Baldwin, claro. Ese talento que como torrente ha inspirado al grupo en su papel de director artístico, escritor, investigador, arqueólogo de escena, tallerista, compositor, actor ...... Un hombre único capaz de crear grandes montajes en Inglaterra, Polonia o Italia, o de sumergirse en la catarsis de un pequeño pueblo castellano embelesado en la obra de su vida. Un día Carol abandonó su tierra por un sueño. Un día Chris abandonó su tranquila Oxford, su Escuela de Estudios Superiores de Teatro Rose Bruford College en Londres, tomó la familia a su espalda y se traslado a la Rioja. Y allí han construido su vida, dedicada en cuerpo y alma al devising, el teatro de creación, y a la enseñanza, y a la divulgación, y a la investigación, y a la vida.
Esta semana he estado deambulando con los amigos, buscando en las tierras del Rio Oja, no se aun que.
Paseando entre la llovizna por Rivas de Tereso y por San Vicente de Sonsierra, a la vera de la Sierra de Toloño, he comprendido a Carol, y a esa mirada melancólica que encuadra su rostro, aunque sea entre su perenne sonrisa. La he comprendido, porque el paisaje y la gente que encontré a mi paso me hizo recordar las palabras de una niña que pudo el pasado año degustar su vigor y su entusiasmo en un encuentro de jóvenes estudiantes, amantes del teatro, en Estella, en uno de sus muchos proyectos. “Aquello no es teatro”, me decía Irma, “Lo que hicieron con nosotros Carol y los suyos fue darnos un arma poderosa con la que convencernos de que el trabajo colectivo resuelve nuestros problemas, que vivir en comunidad acrecienta nuestra fuerza, que amar y sentir, en la piel de otros nos redime y nos hace crecer, porque en el anonimato de un personaje, nos descubrimos mejor, sin tapujos y sin miedos”. Una niña de dieciséis años. Eso es lo que aprendió de Carol, en tan solo un fin de semana, una niña de dieciséis años.
Espiral lo ha llamado teatro inclusivo, y pretende no solo educar, sentir y descubrir nuestro interior, especialmente en jóvenes, dada la profunda voluntad educativa de Espiral. Los chicos de Carol son más, algo más que una compañía de teatro que educa. Quien haya visto este verano como fueron capaces de montar a todo un pueblo en un tren, me entenderán. Carol busca crear comunidades en el campo, generar orgullo entre la gente de su propia existencia, sacar del anonimato al medio rural y recordar el valor, a las demás gentes, de nuestro inmenso patrimonio rural, en primer lugar, las gentes que allí viven. Es lo que Chris Baldwin ha llamado arqueología teatral, yo diría liberación comunal.
Pero de toda esa comunidad, y sin desmerecer a nadie, quien irradia más luz, cuando sales a su encuentro es Carol. Frágil, menudo, luminosa, como un torbellino que te atrapa y ante el que no puedes resistirte. Te mira a los ojos y te dice, “el teatro es la vida”. Y tú lo amas desde ese instante.
Nada de libretos, de imágenes evidentes, de academicismo. Nada. Solo un cuerpo, una palabra, un personaje. Su propuesta es “usar la intuición de cada uno para crear imágenes de lo que pudo haber sido, lo que puede ser, lo que aún puede ser”.
Una propuesta que ha ocupado la mayor parte de su vida. Entre miedos, incertidumbres, desilusiones y éxitos. Porque éxito es andar un camino acompañada de un grupo de amigos que siguen una ruta poco clara hacia un destino desconocido, en el que las premuras, las ansiedades y el dinero hacen dudar del camino en cada encrucijada.

Quedan ya lejanos aquellos inicios de Espiral en 2001, en Aguilar del Río Alhama, en La Rioja, cuando un grupo de románticos decidió emprender un proyecto cultural que redimiera a comunidades campesinas y ganaderas, plenas de riqueza cultural y tradiciones, que se vaciaban inexorablemente, cayendo en un circulo vicioso de vacío demográfico, subeducación, falta de sostenibilidad y recursos y condena a la desaparición. Y con ella toda su vasta riqueza.
El proyecto solo pretendía aprovechar los momentos de fiesta o cultura, ya insertos en su memoria colectiva, en momentos de encuentro y creación, en momentos de orgullo colectivo. En situaciones culturales que en nada hagan envidiar la frenética actividad de las ciudades, única, y a veces inaccesible, referencia cultural ya para muchos pueblos.
Cuenta Carol que un día la fue a ver el representante vecinal de un pueblo riojano del Valle de Ocón. Con fondos europeos el pueblo había restaurado un viejo molino harinero, y para la inauguración precisaban diez minutos de teatro, foto y listo. Carol no se arredró, y le explicó que si quería inauguración, su propuesta era más grande, excitante y comunitaria. Al final se impuso Carol, claro. Un grupo de vecinos crearon títeres de seis metros, los gigantes de la cabeza de El Quijote. El día indicado los títeres se elevaron desde las ventanas del molino, ante el asombro de seiscientas personas. Hoy los títeres están en posesión del pueblo, y desde entonces, las iniciativas comunes han crecido en aquel pequeño valle.
Este verano, Espiral realizó un experimento con todo un pueblo, “El Tren que nunca existió”, en torno a una vía de tren que pretende reivindicar las vías verdes y su valor cultural y social. Antes fueron “Las Ranas de Aristófanes”, una nueva versión del clásico con las gentes del pueblo de Inestrillas. Y antes... Y siempre empleando el teatro como una actividad democrática, como una dinámica que nos permite descubrir la motivación humana y fortalecer el compromiso social. Verdades que incluso las administraciones educativas han descubierto y que inspiran una nueva política que busca democratizar la cultura española, revisando los modelos de creación, difusión y exhibición escénica intentando descubrir formas nuevas de involucrara la sociedad en el proceso creativo, más allá del mero mercado escénico.

Es un camino complejo pero vital, que esta maravillosa mujer, envuelta en melancolía, ya ha iniciado. Sigue caminando Carol, que te seguimos.

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