Dicen que
cada época tiene su Shakespeare (Cervantes en la versión española) en la
nuestra ha sido, sin duda, José Luis Cuerda.
Podríamos
hacer aquí un largo listado de autores, pensadores, literatos y demás
intelectuales, pero Shakespeare seguiría siendo Cuerda.
El director
y autor manchego fallecido hoy poseía un afilado sentido del humor, siempre
satírico, disparatado y surrealista. Aunque esto último es bastante discutible,
porque los humanos tienden a tildar de absurdo aquello que por real resulta
insufrible o doloroso, hasta el punto que consideramos real solo aquello que
nos complace o, al menos no nos inquieta.
Cuerda será
siempre recordado por su exitoso trabajo como productor y director de cine,
pero su verdadero talento era la escritura, como bien avalan sus más de 152.000
seguidores en twitter que esperaban cada día un clarividente comentario, acidó
y afilado sobre una realidad que el había sabido llevar al cine y a sus libros
con especial agudeza y con más melancolía y pesimismo que hilaridad.
Su trabajo
literario había abarcado grandes adaptaciones de novelas como “ La lengua de
las mariposas” de Manuel Rivas o “El bosque animado” de Wenceslao Fernández
Flórez, donde Cuerda había dejado su
marchamo basado en retorcer el texto
hasta el delirio sin que este dejara de ser el texto original.
Pero la
brillantez estaba en sus propios guiones construidos sobre un entramado de
ocurrencias y pequeñas experiencias cotidianas sobre las que conseguía crear lo
que el llamaba posrealidad o surrealismo. "Lo que escribo nace de lo que
ocurre y es tan realidad como la realidad misma. La realidad mental es tan real
como la física o la comprobable científicamente, solo que con consecuencias
distintas”, contaba en una entrevista al diario El País.
Cuerda no quería
rodar películas si no ponerle al espectador frente a un espejo y que
reflexionase, en clave de humor sobre si mismo en el contexto en que viviera.
Esta visión
del cine y la cultura es la base de su famosa tetralogía del surrealismo que había
iniciado en 1983 con la película “Total”, seguida del film de culto “Amanece
que no es poco” y la ternura de de “Así
en el cielo como en la tierra”. Finalizando la serie con “Tiempo después”, una
adaptación de una de sus noveles, desarrollada en un futuro postapocalíptico que
cerraba esa visión agridulce y melancólica que Cuerda percibía.
Su obra
gozaba de un gran reconocimiento, especialmente entre los jóvenes y entre sus
compañeros. Había ganado un Goya “El bosque animado”. Como productor había
ganado otros dos Goyas con las primeras películas de Amenabar (“Tesis”, “Abre
los ojos” y “Los otros”). Como guionista tenía otros dos Goyas con sus
adaptaciones de “La lengua de las mariposas” (1999) y de “Los girasoles ciegos”
(2008).
Frente a la
opinión o la creencia de muchos Cuerda no había nacido cinematográficamente
hablando con “Amanece que no es poco”, si no con “Tota” la película que marcó
su carrera e inició su planteamiento de un humor especial, distinto, muy
arraigado en lo más profundo de la mentalidad española, tan bien retratada por él.
En realidad “Total” estaba concebido como un telefilme que se desarrollaba en
el Londres de 2598, un paraje inmensamente parecido a un pueblo segoviano y en
el que brotaban diálogos chispeantes en el marco de sucesos extraordinarios.
Cuerda era
un hombre fiel, rodeándose siempre de los mismos colaboradores, como si ellos
intuyeran lo que quería crear o como reconocimiento a su colaboración en una filmografía
que sin ellos hubiera sido, quizá, irrealizable. Así son constantes en su
trabajo productores como Félix Tusell (padre
e hijo que produjeron la primera –“Pares y nones”- y la última de sus películas
– “Tiempo después” - . Actores extremadamente fans de su obra, como Edu Galán, Berto
Romero, Andreu Buenafuente o Arturo Valls, con los que tenía un grupo de WhatsApp llamado, en el que brotaban las ideas
que luego veríamos en filmes como “La viuda del capitán Estrada” (1991), “La
marrana” (1992) o “Tocando fondo” (1993).
Actores
estos tan fans como los miles de seguidores en redes sociales y que celebraban
cada año una quedada para mantener vivo el espíritu de “Amanece que nos es poco”.
Había
publicado el año pasado sus memorias “Memorias fritas” en las que dejaba
visible, como en su filmografía su pesimismo sobre una España que el
consideraba se deslizaba hacia situaciones cada vez peores, y en la que ya no había
pícaros como los que caracterizan a sus personajes, sino “sinvergüenzas”.
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